Promesas de amor eterno, promesas de cosas que no podemos prometer porque el futuro no depende de nosotros. Las mejores promesas son las del compromiso diario, del día de hoy que es lo que único que existe (ni el pasado ni el futuro están y no podemos hacer nada sobre ellos directamente). Y es que el amor feliz no es aquel que comenzó maravillosamente con un flechazo ni aquel que soñamos con tener cuando consigamos esto o lo otro. El amor feliz solo sabe vivir en el día de hoy y fuera de él no existe.

Al principio el amor suele ser fácil (complicado si no lo es). La ilusión, la pasión, lo nuevo suele hacernos ver como positivo todo lo que nos rodea, porque muchas veces lo es y porque muchas otras lo vivimos así. Las diferencias son oportunidades para aprender y valorar al otro y lo que nos une es esa química que nos hace sentir especiales y afortunados. La relación se vive con atención, viviendo cada instante, saboreándolo casi sin esfuerzo, ya que es el propio amor el que nos centra en hacer bien las cosas.

¿Pero como se construye el amor feliz después de esos primeros tiempos? Construyendo, trabajando y cuidando. Cuidando a nuestra pareja, a esa persona a la que queremos y le hemos dicho mil veces que la amamos. Y no hay mejor manera que empatizando con ella, que es aquello tan difícil de entenderla y comprenderla y que la otra persona lo note. ¿Cuántas personas centran su relación en que el otro o la otra cambie, se dé cuenta de esto y lo otro, nos comprenda? Y en esa lucha siempre nos perderemos, y perderemos el ponernos en la piel de nuestra pareja, para comprender porque se comporta, piensa o siente como lo hace. Entender y respetar que nuestra pareja tiene una historia diferente a la nuestra, y que no piensa, siente y actúa como nosotros.

Y cuidándonos a nosotros mismos, buscando esas situaciones en las que el tiempo se nos pasa volando, y si puede ser con nuestra pareja mejor. Disfrutando de momentos donde descubramos pequeñas y grandes cosas, donde nos deleitemos descubriendo nuevos momentos de unión y revivamos situaciones en las que siempre hemos disfrutado. Para ello necesitaremos saber disfrutar solos, sin nuestra pareja, de los momentos buenos para nosotros pero que nos separan como pareja y que no son positivos para nuestra relación. Y saborear lo que nos une y sabemos hacer bien, lo que nos hace disfrutar juntos.