Hace ya muchas semanas escribí sobre la búsqueda de los príncipes y princesas azules y la búsqueda de la
felicidad. Ya entonces dudaba de la utilidad de esa búsqueda del ser perfecto.
Ahora voy a ir aún más lejos, voy a dudar de la existencia de ese ser perfecto.
Y es que lo perfecto suele ser enemigo de lo muy bueno.
Solo en el Castillo de la Bella Durmiente se puede encontrar a la pareja perfecta
¿Alguien puede buscar a alguien
inmaculado hoy en día? ¿Alguien puede creer aún en cuentos de hadas? ¿Alguien
puede creer que los príncipes o las princesas son como en las historias de
Disney? En terapia me he encontrado con pacientes que aunque dicen que no creen
en todas esas historias se comportan como si creyeran en ellas al pie de la
letra, esperando eternamente a la persona ideal o desconsolados por el
infortunio de estar con una pareja que no es como ellos soñaron o creyeron ver
al principio de la relación. Más de una mujer me ha dicho en secreto que lo que
ella necesita es que la traten como a una princesa y en más de una ocasión he
intuido el deseo de un hombre de cuidar de una princesa desvalida que refuerce
su hombría.
Por supuesto que no estoy
diciendo de conformarse con el primer sapo que aparezca, o de compartir nuestra
vida con una persona que más o menos sea buena persona y no esté mal. Defiendo
que el amor no tiene nada que ver con la perfección. Una relación de pareja
está compuesta de dos personas, y las personas nunca son perfectas. El amor
está compuesto por una constelación de emociones, ideas y momentos y ellos no
son perfectos. El tiempo, los años y nosotros impedimos que todo sea ideal. El
amor es deseo, ilusión, caricias, guiños, conversaciones, planes, paseos,
pasión…, el amor es especial, pero no perfecto. Lo perfecto nace perfecto y
cuando deja de serlo se acaba. Lo especial se puede encontrar, construir,
necesita trabajo para que siga siendo especial.

En lugar de buscar a alguien
perfecto o nacido para nosotros, busquemos a alguien con quien nos apetezca
estar, que deseemos, que nos guste y dejemos la sangre azul para los cuentos o
las revistas del corazón.